24 de mayo de 2011

Perfil humano

Alberto Rodríguez, líder de banda de lanzazos
Una vuelta a la manzana: Conversando con un delincuente
  • Hay veces en que una cerveza puede sacar más intimidades que un café bien educado. Una caminata sincera, honesta y sobe todo, callejera.
  • Solo, enamorado, alegre, drogado y alerta camina por las calles de San Pedro de la Paz. Una tarde conversando sobre sus temores, anhelos y penas.

La cerveza está casi desvanecida y él comienza a sacar del bolsillo de su buzo el último papelillo que le queda. Lo manosea un par de minutos mientras divisa un punto equívoco en el horizonte. Lentamente esparce las hojas de marihuana sobre el papel. Lo enrolla con suavidad y delicadeza, esa misma que uno piensa que estuviera ausente de su modo de actuar, y con la poca saliva que humecta sus labios, comienza a sellar el pito. “Esta gueá si que es vida po` culeao”, dice mientras quema con tanta fuerza que llega a atorarse sin botar el humo. Mareado y extasiado se recuesta sobre una piedra que a veces hace de monolito e inhala, inhala e inhala.

- “¿Querí una piteá?”, me inquiere con los ojos rojos y llorosos.

- “No, gracias”, le respondo con temor.

- “Puta que erí amariconao pa tus gueás. Toma Julio, que corra”.

Alberto Rodríguez Rodríguez es un joven de 21 años que a pesar de su corta edad tiene el prontuario policial de un adulto. Recibe el mismo apodo de su padre, Manzana, debido al tono rojizo de sus mejillas. Parece que eso mismo fuera una especie de maldición que recae sobre él. Su rostro es famélico y huesudo. El acné se esparce sobre su cara y sus dientes amarillos no son el prototipo de sonrisa ideal. No es auspiciado por Adidas, pero viste de pie a cabeza con la marca deportiva.

El Manzana vive solo con su abuela paterna. Su madre, de buena condición económica, lo abandonó cuando tenía 7 años. Todos los hombres de su familia están presos justamente en la cárcel El Manzano, y eso es motivo de orgullo para él. “Mi jaibo (papá) siempre se la ha jugado por mí. Por eso hizo todo lo que hizo”, me cuenta mientras justifica el homicidio que tiene a su padre hace cinco años tras las rejas.

Alberto es el líder de una banda de lanzas del paseo peatonal. Lo acompañan dos de sus amigos. Son sus soldados. Ellos lo protegen día y noche de posibles ataques de otros como él, que hacen del crimen su forma de sobrevivir.

Comenzó a delinquir cuando dejó la enseñanza básica. “El 2001 me echaron de la escuela y ese mismo año fue la primera vez que salí a trabajar (robo). Fue una gargantilla de oro a una mina en la pará del tonto (Aníbal Pinto con Barros Arana. Centro de Concepción). Ahí era la mano salvarse, pero ahora hay mucho paco, mucho sapo y caleta de lóji (sujeto que es propenso a asalto)”.

Le pido que hablemos en un lugar que le acomode. Un lugar que le de confianza. Me dice que caminemos a “La Toma”, y es allí donde comienza a hablarme de sus temores y miedos.

La Toma es un callejón sin salida donde vive una decena de familias en mediaguas. Todo lo que hay a mi alrededor es basura, escombros y cajones de tomate. El olor que expelen dos perros muertos se impregna en la ropa y nos dice que el lugar de antemano está marcado por lo inhóspito y la pobreza.

“Cuando estuve en la cana de Coronel andaba cagao de miedo. Adentro me tajearon y llegué marcado desde afuera. Todos los días me pintaban los monos. No quería comer y los gendarmes ni me defendían. Al final toda esa experiencia me hizo más fuerte, más vivo. En cana aprendí más gueás que en cualquier otro lado… es pura choreza”, dice mientras escupe reiteradas veces pequeños gargajos a la tierra.

La venganza se mastica dos veces

La calle es un lugar violento e inesperado. Nunca sabes con qué te puedes encontrar. Puedes ir caminando tranquilo y de un momento a otro ¡Puaj!, balazos sin destino. Balazos con orden para matar al que se ponga en su camino. No importa si es un niño, anciano, embarazada o animal. Todo vale.

A la entrada de La Toma, un rallado con spray marca la única pandereta que aún se mantiene en pie. Con imponente negro se lee desde 3 cuadras de lejanía. ¡Carlos Ramón, algún día vengaremos tu muerte!

Carlos Ramón es el primer mártir que ha tenido su banda. Otro grupo de la población Colo Colo de Boca Sur lo mató desde un vehículo con un tiro en el pecho. Dos semanas dio batalla en el Hospital Regional, y pese a los esfuerzos por mejorar su estado de salud, el destino esta vez estaba sellado para él.

“El Carlos era uno de mis mejores amigos. Era el más tranquilo de todos nosotros. Ni fumaba po. Con cuea se tomaba una promo de pisco o una chela en la cancha. Lo mataron porque sabían que iba ser un dolor tremendo pa nosotros. Por eso la vengamos una vez y la segunda se viene con cuática”, afirma, mientras con una rama hace círculos en el piso.

Buscando el amor

Me pide que vayamos a “Los Locales”. Ahora me toca a mí comprar una cerveza. Caminamos hacia el negocio y en el trayecto me siento más inseguro que resguardado. En cada esquina me miran con rareza. “Te están dando cara (buscar pelea), no los mirí”, y seguimos. Noto que mira constantemente a su amigo y comienzo a asustarme. Pregunto qué pasa y me dice “Vos callao nomá, camina”, sin dudarlo le obedezco.

Llegamos a un paradero y dice que en media hora más nos juntemos en la piedra de la toma. Con 10 minutos de retraso llega cambiado de ropa. Ahora viste un buzo azul y una camiseta del Manchester United. Según él nos estaban siguiendo y que por eso me dejó en otro lado.

- ¿Y la cerveza? ¿No la compraste?

- “Pucha no, estaba cagao de miedo”, le respondo

- “Jajaja, puta que erí pollo. Ya, vamos a comprar”

Sabí, yo nunca me he enamorado. Puta, me he tirado caleta de minas, pero me falta sentir esa gueá. Quizás no ha llegado la mina correcta nomá. A veces voy a la disco y veo a todos emparejao y güeá, y nada. Me dan ganas de tener una guagua, tener familia y todas esas pescás.”, me cuenta justo cuando mira a una joven que no representa más de 18 años. Viste con pitillos de cebra y un chaleco Lacoste.

- “¿Te gusta ella?”, le pregunto

- “¿Cómo cachaste? ¿El Julio te contó?”

- “Jajajaja, No. Le achunté noma”.

- “Ahí quiero jugar. Ahí la quiero hacer”, me dice sonrojado.

Compramos la cerveza y volvemos a nuestro lugar. Ahí, con niños jugando a la pelota con arcos imaginarios nos sentamos solos. Sus soldados fueron a tomar once. Saca su celular de última generación y Daddy Yankee es nuestro acompañante. Silencio. Apaga el celular y dice “¿Sabí algo? A veces me gustaría ser más tranquilo. Haber terminado el colegio y puta, haber estudiado alguna gueá técnica. Cuando chico quería ser mecánico. Ojalá alcance a vivir un tiempo más noma”.

Me despido bebiendo el último sorbo de cebada. Mientras camino hacia mi casa miro hacia atrás. Alberto fuma, fuma y fuma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pastel culiao dedicate a echarte pajas mejor porque valis kallampa escribiendo

bigote dijo...

weco culiao